sábado, 8 de diciembre de 2012

JANUCA Y LA KABBALAH


Vivimos en un mundo muy complejo,  una vorágine. Tratamos de huir de los sufrimientos, pero sólo de vez en cuando logramos saborear placeres en nuestra vida. No sabemos si hay algún plan  en la Naturaleza para nosotros. Es una  existencia bastante intrascendente.
Cuando investigamos todos los elementos de la Creación, vemos qué inteligente, sabia y especial es, habiendo  creado todo con un propósito, una causa y un efecto. 
Sabemos cómo indagar los niveles inferiores al nuestro: inanimado, vegetativo y animal. 
Sólo la razón de la existencia del ser humano permanece desconocida. 
Es por eso que los conocimientos acerca de la sociedad, del carácter humano, y la psicología, no se han 
convertido en una ciencia, sino en una acumulación de  observaciones recolectadas a través de nuestras vidas.
La Sabiduría de la Kabbalah es muy antigua, desarrollada por Abraham el Patriarca hace 5.000 años. Nos enseña que para saber cómo comportarnos y evolucionar,  primero tenemos que estudiarnos a nosotros mismos y a  nuestra sociedad.

Nació cuando la humanidad comenzó a formar su  primera civilización, en la antigua Babilonia. Las personas querían, por orgullo, construir una torre que llegara  al cielo para poder dominar a la Naturaleza, y dejaron de  entenderse entre sí.
Abraham, que en realidad era uno de ellos, les dijo: 
“Esta no es la manera correcta de actuar y vamos a fallar.  Nosotros no conocemos la Naturaleza y no podemos seguir nuestro ego creciente. Tenemos que ir por otro camino. Es decir, aunque el ego siga creciendo tendremos que  volver a crear, por encima del él, las mismas relaciones 
que teníamos antes”.
“Verán que si así lo hacemos, si lo usamos para llegar  al ‘amor hacia el prójimo’, descubriremos precisamente  dentro de él, dentro de nuestra naturaleza, una reglamentación: ¡leyes maravillosas de la Naturaleza!” 
Al superar su propio egoísmo –implementando el  altruismo– Abraham descubrió las leyes de la Naturaleza 
Superior, llamadas así porque superan al “ego”.
Por ayudarle a recibir la revelación de la naturaleza  verdadera del hombre y de cómo es activado, llamó a este  método: “La Sabiduría de la Kabbalah”, de lekabel (recibir,  en hebreo).
Luego, empezó a enseñarla a los demás babilonios,  y estableció su grupo de cabalistas que con el tiempo se convirtió en una nación. Después de haber llegado a la  tierra de Israel –comportándose de la manera enseñada  por Abraham y Moisés– volvieron a experimentar un crecimiento de ego, tratándose uno al otro con menosprecio  en vez de las relaciones de “amor recíproco”, la “garantía mutua”, “ama a tu prójimo como a ti mismo” y “como un  solo hombre con un solo corazón”, que habían alcanzado  cuando recibieron la Torá.
Y como las fuerzas espirituales son las que determinan los hechos en el reino físico, al empezar a tratarse 
de forma egoísta, causaron lo mismo en la exterioridad,  facilitando el ataque de sus vecinos, los griegos. 
Surgió un problema aún más grave con los helenistas, que estaban mezclados con los judíos. Una parte del 
pueblo quería seguir la Torá de Abraham y la otra dijo:  “No. No somos capaces de superar nuestro ego; tenemos  que ser como el resto de las naciones”. Querían vivir de  acuerdo al ego como los babilonios en su tiempo. Lucharon entre ellos hasta que el Gran Sacerdote Matityahu se levantó, como Abraham en su tiempo, usando el  mismo método, y dijo: “No. No podemos aceptarlo. Tenemos que destrozar toda esta nueva infraestructura griega. 
Debemos elevarnos por encima de ello y volver a ser ‘una  sola nación con un solo corazón’ hacia el Creador, esta  fuerza preciosa, buena y benévola, la fuerza del amor”.
Y así se levantaron, lucharon y prevalecieron.  Todo lo que sucedió con Abraham en Babilonia, 
luego con Moisés y Matityahu, es la misma lucha; el ego  empieza a intensificarse, obligándonos a elevarnos por  encima de él con amor, y así prevalecemos.

El pueblo de Israel –llamado así (Yashar- directo, Él- Dios)  porque sabe cómo elevarse por encima del ego, hacia el amor  –no pudo superarlo y cayó bajo su dominio, causando la destrucción del Templo, la cual continúa hasta ahora. 
Los hijos de Israel se levantan de nuevo, apoyándose en el mismo método que desarrolló Abraham, diciendo: “¡Oye, pueblo judío! ¡Vamos! Elevémonos de nuevo  a nuestro nivel, en el que realmente existimos como ‘la  nación de Israel’, como ‘un solo hombre con un solo corazón’, y venceremos a nuestros enemigos: los griegos, los  amalequitas, los nazis; todos, hasta el último. ¡Esto es lo 
único que nos podrá salvar!”
No se trata de hacer guerras con ninguno de ellos;  nuestra unificación es una condición para triunfar, como 
nos enseñó Abraham, Moisés (en la escena de la entrega  de la Torá) y Matityahu: “Tenemos que matar a los griegos  entre nosotros”. Es decir, los deseos de permanecer sumergidos en el egoísmo. “Tenemos que elevarnos por encima  de ellos y unirnos en un amor fraternal”. 
De ahí llegará la victoria sobre todos los extraños.  Toda la humanidad va a reconocernos como el “pueblo 
elegido”, especial, sagrado, que significa “el otorgante”, el  que otorga el amor, el “pueblo altruista”.
¡Si llegamos a eso, lograremos la gratitud de todo el  mundo!


Esa fue la fiesta de Januca en la historia, y es la misma Januca que tenemos que realizar hoy día, como judíos 
entre todos los helenistas, los deseos helenistas dentro de  cada uno de nosotros. Tenemos que resolver el problema  con nosotros mismos, en nuestro interior, dentro de todos y 
cada uno de nosotros.
La Kabbalah nos explica que el milagro de Januca simboliza el éxito alcanzado al pasar por encima de los deseos que  nos desvían del camino hacia la espiritualidad. Al superar  nuestro propio ego ísmo –implementando el al truismo–, logramos la unión con el Creador.
Muchas veces participamos de las fiestas de manera  mecánica, sin detenernos a pensar cuál es su propósito y  simbolismo. ¿Nos hemos preguntado cuál es la raíz espiritual de Januca?, ¿por qué encendemos velas, y quiénes  fueron los griegos? El comprender su significado, visto  desde un plano superior, nos abre las puertas a un mundo maravilloso, amplio y profundo, en el que prevalece la  unión de los seres humanos como un todo integrado. 
Para lograr penetrar esa nueva dimensión, a través del  conocimiento de las fuerzas superiores que actúan sobre nosotros, es importante entender que hay una raíz en el mundo  espiritual para todo lo que existe. Dicha raíz motiva nuestro  comportamiento, nuestros pensamientos y emociones, así  como los diferentes eventos que experimentamos aquí, en  el mundo terrenal. 
Las festividades que celebramos mantienen una estrecha relación con las fases de desarrollo del alma. Las velas de Januca simbolizan la Luz de Misericordia que uno adquiere  cuando ha alcanzado el Mundo Espiritual. La Luz se incrementa gradualmente, por lo que se enciende una vela extra  cada día.
Los griegos son los deseos que nos incitan a permanecer sumergidos en el egoísmo. Al unirnos en un amor 
fraternal, como un solo hombre con un solo corazón, logramos vencer esas fuerzas que nos impiden avanzar en  nuestra lucha por superar el ego. 

FASES DE RECONEXIÓN
La sabiduría de la Kabbalah nos dice que Januca está  relacionada con la rehabilitación del Templo. Desde el  punto de vista espiritual, el Templo significa el lugar donde el Creador y la criatura se unen. Por lo tanto, su destrucción (profanación, en el relato de Januca) se refiere a  la ruptura de esta adhesión entre ambos. Esa unificación  es la que los cabalistas están tratando de reconstruir. 
Hay dos fases de reconexión. En la primera, el  individuo aprende cómo 
elevarse por encima de la  naturaleza egoísta que caracteriza a todo ser humano, logrando así la formación de una vasija (Kli, en  hebreo), con la cual se unirá al mundo espiritual. Esta es  la fase de Corrección. La fiesta de Januca está relacionada  con esta etapa, por lo que su nombre se puede dividir en

dos: Janu (se estacionaron, en hebreo) Ca (de la palabra  “acá”, en hebreo), lo cual simboliza un descanso; es decir,  el descanso que el humano toma entre ambas fases del sendero espiritual, una vez que se haya corregido su vasija, y  antes de empezar a llenarla con la Luz en la segunda fase.
Este proceso se desarrolla como en el caso de una persona sedienta, que sostiene en su mano un vaso quebrado. 
Primero debe repararlo, antes de poder llenarlo y tomar  de él. Quien se siente separado de la espiritualidad debe  primero enmendar su unión con el Creador antes de que  pueda recibir las bondades que Él desea otorgarle. 
Es entonces cuando decimos que se ha llegado a la  fase de Recepción, alcanzando el ser humano la capacidad de recibir grandes placeres mediante la nueva herramienta adquirida en la fase de corrección.

SE REALIZA EL MILAGRO
Los helénicos no querían exterminar a Israel físicamente, ni lucharon por la dominación materialista, sino 
por la espiritual. Deseaban colocar estatuas hechas por  el hombre en el Templo y forzar a Israel a hacerles reverencia. El gran sacerdote Matityahu, el líder de los Macabeos, se opuso rotundamente. Liderados por él lucharon  y derrotaron a los griegos, es decir, vencieron los deseos 
egoístas que empujaban al pueblo a pensar que no valía  la pena cumplir las leyes de la naturaleza, o sea, unirse  pasando por encima del egoísmo, para comulgar con el  Mundo Superior.
Mientras más fuertes se volvieron los griegos, más  poderosa se tornó la fe de Israel. Esta guerra se prolongó hasta que apareciera un hecho milagroso que pudiera  marcar el triunfo de Israel. El milagro ocurrió.

El milagro de Januca representa el éxito en el logro  de la adhesión, la unión con el Creador. Tras la victoria 
de Israel, por medio de la implementación del método  de corrección establecido mucho antes por Abraham el  Patriarca –la sabiduría de la Kabbalah–, volvió a prevalecer  el principio de “ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Israel se interpreta como la fuerza que nos lleva directamente al Creador. Isra viene de la palabra Yashar (directo, en hebreo), y Él es la palabra hebrea para referirnos a  Dios. Por lo tanto, la palabra Israel significa, en conjunto,  “directamente a Dios”, la razón espiritual detrás de este  mundo, de hecho, la Meta de nuestra existencia sobre la  Tierra.

LO LARGAMENTE ANHELADO
La victoria sobre los helénicos constituye el cimiento  del camino de cualquier criatura en el reino espiritual. 
Este sendero nos permite cumplir las correcciones que  nos llevarán a la frontera final, la eterna abundancia que  el Creador ha preparado para todos.  Los kabbalistas describen en sus libros que más allá de 
lo que captan nuestros cinco sentidos, existe un mundo  bello y encantador, en el que tenemos la oportunidad  de controlar, en forma consciente, nuestras vidas, para 
alcanzar un placer supremo, la plenitud. Si seguimos sus  huellas, esforzándonos en lograr la conexión espiritual  entre nosotros, con el propósito de apegarnos a la Fuerza  Superior, llegaremos a experimentar dicha abundancia y  felicidad, todos y cada uno de nosotros.






No hay comentarios:

Publicar un comentario